Del garaje a Sa Calobra:

Después de conseguir lo más importante —la ITV— y tener por fin al E30 legalizado y en marcha, llegó la parte más divertida: empezar a personalizarlo. Ya no se trataba solo de restaurar, sino de ponerle mi sello personal, convertirlo en una versión mejorada de sí mismo, con detalles que lo hicieran único.

Lo primero que le instalé fue un alerón que siempre me había gustado. Luego vino un escape diferente, con más carácter y sonido, y unas llantas nuevas que cambiaron por completo su presencia. Mientras tanto, iba reparando detalles del interior: piezas pequeñas, embellecedores, plásticos agrietados… todo lo que con el tiempo se había deteriorado.

Uno de los cambios que más disfruté fue sustituir los asientos originales por unos sport, del mismo año y modelo de E30, pero pertenecientes a una gama superior. También le puse un volante original pero más deportivo, igualmente de un E30, lo que mantenía la esencia del coche pero elevaba la experiencia de conducción.

Mientras iba dejando el coche a mi gusto, también preparaba un cambio más grande: el motor. El mío era un 320i —el clásico M20B20—, pero yo tenía en mente algo con más fuerza. Empecé a trabajar en un 325i, un M20B25, que prometía una respuesta mucho más emocionante. Lo fui preparando poco a poco, sin prisas.

Hasta que llegó el día en que el destino decidió acelerar el proceso. Paseando con mis amigos por la carretera de Sa Calobra —una ruta llena de curvas, vistas impresionantes y sensaciones únicas—, la correa de distribución del motor original se rompió. El viaje terminó en grúa y volvimos a casa con una mezcla de tristeza y emoción… porque sabíamos lo que venía.

Aproveché ese momento para instalar el nuevo motor. El M20B25 encajó perfectamente en su nuevo hogar. Y cuando lo arranqué por primera vez, sentí que el coche y yo dábamos un salto adelante. Había dejado de ser solo una restauración; ahora era un proyecto personal que evolucionaba conmigo.